domingo, 10 de julio de 2011

El Bajito

No, no se trata de alguien de baja estatura; se trata de un lugar, un emplazamiento geográfico, histórico y hasta filosófico, me atrevería a decir.
Solo los viejos y memoriosos habitantes del barrio pueden reaccionar con una melancólica mueca cuando se pronuncia como al descuido la frase…allá en el bajito…, aunque la mayoría de la gente no sospecha de que se le está hablando.
Pero a esta altura se preguntarán pero ¿Qué es El Bajito? Simple y sencillo, la manzana delimitada por las Calles Naón, Dorrego, Luis María Campos, perdón cierto que ahora se llama Alicia Moreau de Justo, y la hasta ahora inconclusa colectora de la General Paz, y esta cuasi hectárea es, fue y será El Bajito, aunque hoy día la mitad del predio este repartida entre una muy bacana parrilla, de la que se rumorea alberga un garito, es decir un esolazo clandestino, y una vieja y acaudalada familia del barrio que desparramo allí sus pretenciosas, una más que otras, viviendas, y la otra mitad alberga una serie de departamentos tipo chalecito que sustentan la compartimentación sistemática a que día a día no someten el salvaje capitalismo y su brazo ejecutor, el neoliberalismo noventoso.
El nombre no se sabe bien donde se originó, se dice, ojo, se dice, que fue Doña Celina, la abuela paterna del Negro Anselmo, una habitante primigenia del barrio, quien haciendo gala de su histórica y reconocida habilidad para el sincretismo nominal, fue la que nombró bautismalmente al bajito como El Bajito; igualmente debo aclarar que a esta mujer se le adjudican casi todos los sobrenombres y motes de los miradorenses que estuvieron al alcance de su conocimiento, cabe citar como ejemplos Las Barbitas, Culito de Goma, Las Tuzadas y El rancho de Goma, entre otros varios.
En este predio desde que uno tiene memoria hasta 1967 estuvo emplazado uno de una larga serie de asentamientos marginales, conocidos por estos lares como Villas Miseria. Esta villa tenía la arquitectónica particularidad de estar construida bajo nivel, de modo tal que al pasar frente a él solo alcanzaban a asomar los techos. De ahí el nombre: La Villa del Bajito; nótese que no digo La Villa El Bajito sino del Bajito, adjudicándole una propia identidad al lugar independientemente de lo que albergue.
Esta particular villa se comenzó a formar, dicen, hacia mediados de los 40 como producto de las migraciones internas que fueron, en el denominado Conurbano Bonaerense, el caldo de cultivo en el que se cocinó el Peronismo, y sucumbió, bajo las topadoras de Onganía y el PEVE o Plan de Erradicación de Villas de Emergencia, concebido durante la gestión de Arturo Illia al frente del Poder Ejecutivo, pero levado adelante por el onganiato .
Hoy día hablar de una Villa enclavada en medio de un barrio, puede producir algún sobresalto originado en la inseguridad que conlleva implícita para los vecinos de la zona, basando esto en ciertas apreciaciones de la realidad que, exageradas al extremo por los medios de información, subyugan a la clase media nacional a la vez que sostienen el discurso histórico de la clase alta, patricia y garcateniente que asola nuestra historia. Aunque en tiempos de mi infancia la apreciación de la realidad era completamente distinta, ahí vivían laburantes en busca de un progreso que la historia les negaba y habían salido a conquistar, y algún que otro manojo de borrachines, pendencieros y malvivientes, pero no muchos más que los que moraban en otras partes del barrio. Quizá por los códigos predominantes de la época, y hoy transformados en especie en extinción, que se fundamentan en el adagio popular que dice que dónde se come no se caga, o quizá porque el consumismo al que nos vemos arriados cotidianamente por el sistema, o quizá porque el paco no se había instalado como arma de destrucción masiva de la juventud desfuturada, o por algún otro quizá que escapa a mi modesto entendimiento… la vida en el barrio era tranquila. Digo con esto que los chorritos y escruchantes de la villa, al igual que los chorritos y escruchantes del barrio, iban a afanar a otro lado y en el barrio despilfarraban sus pingües botines mal habidos en bodegones, piringundines, fondines, almacenes, carnicerías, panaderías y otras ías, dando una suerte de impulso económico al barrio.
Los habitantes de El Bajito conformaban con nosotros la población del costado de La General Paz, compartían nuestros colegios, iglesia, calles, comercios y juegos sin ningún tipo de discriminación, por más que alguna vecina de las que nunca falta les adjudicara la prodigación incremental de piojos en las cabelleras de los pibes del barrio. Incluso el paraguayo Benito, histórico habitante de la villa, fue quién impulso el primer equipo que salió a la cancha bajo el nombre de Los Pibes de La General Paz, haciéndose cargo del reclutamiento de jugadores y la dirección técnica del que llegara a convertirse en el team maravilla del fútbol infantil barrial de aquellos tiempos. Cabe aclarar que Benito no era oriundo de la hermana República del Paraguay, había nacido en las afueras de Mburucuyá, ciudad cabecera del departamento del mismo nombre, en la Provincia litoraleña de Corrientes; que a un correntino lo conozcan como el paraguayo se entiende en el contexto de un país en el que los árabes son considerados turcos, los españoles, gallegos y los ilustres explotadores chupasangre, grandes empresarios. Pero volviendo al tema, incluso acondicionó lo que se transformó en nuestro estadio, que no era más que una porción de tierra de esa feta de pulmón verde conocida como el costado de La General Paz. Un lugar como signado a ser una canchita, decía Benito, porque en un espacio de unos cuarenticinco metros de largo y unos veinte metros de ancho había emplazados cuatro eucaliptus, apareados, que ubicados casi al centro del ancho y en los extremos del largo y separados cada uno de los pares por una distancia de unos tres metros con setenta centímetros formaban los arcos, aunque a decir verdad el par norte estaba separado por unos cuatro metros, confirmando la ostentosa ampulosidad del norte, lo que para nadie implicaba ventaja deportiva ya que por esa celestial justicia del fútbol, con el cambio de lado en cada tiempo se zanjaba cualquier aparente injusticia. En los comienzos se cruzaba una soga entre los árboles a modo de travesaños, pero esto fue rápidamente reemplazado por un par de postes de los que pululaban en la zona a modo de lo que hoy son los guardarraill, pero sustraídos del lado de la Capital, para no restar siento al ocasional público; esto se llevo adelante para no privarse de la emoción de estrellar un remate en el travesaño y toda la adrenalínica experiencia que se desprende del sonido del impacto en el madero seguido del murmullo tribunero; la altura se variaba según jugaran los pibes o los muchachos del barrio. La cancha tenía una disposición levemente diagonal y más ancha del lado de la avenida, pero eso era lo mejor que podíamos tener y al que tuviera algo que objetar se lo mandaba al carajo y listo.
Los que no vivíamos en la villa entrabamos y salíamos de la misma sin problemas porque ahí vivían amigos y compañeros de andanzas a los que íbamos a buscar o a acompañar internándonos en aquel particular barrio dentro del barrio.
En sus primeros tiempos la villa se inundaba ante el menor atisbo de aguacero y era lógico ya que estaba bajo el nivel de las calles, pero esto se solucionó antes de poblarse completamente la manzana. Los vecinos, en un gesto de impecable ingeniería construyeron unas acequias que recolectaban el agua de lluvia y la dirigían por un complejo sistema de túneles hacia incierto lugares bajo tierra; alguien comentó alguna vez que los hermanos Cardozo, de los primeros en instalarse, haciendo uso de la experiencia adquirida en su trabajo en minería en su natal provincia de Jujuy, fueron los encargados de la excavación de los túneles. Se dice que estos singulares hombres topo jujeños llegaron a dar con una napa de agua y allí pararon. Esto es difícil de comprobar ya que las topadoras acabaron con toda posible corroboración de estos dichos. Igualmente de ser esto cierto no solo demostraría la innata capacidad de la gente humilde para solucionar problemas propios de la miseria sino que tendría el valor agregado de la relación puramente ecológica con el medio ambiente, digo esto porque el agua en esos tiempos llegaba a nosotros a través de bombeadores que subían hasta los tanques el agua alojada en las entrañas mismas de la tierra, coronando el reciclaje aquo natural con el aporte del drenaje pluvial de esa manzana a las napas que nos proveían del fundamental líquido elemento. No sé qué hay de cierto en todo esto, lo que sí es cierto es que la villa dejo de inundarse…
Pero la normal convivencia se vio trastocada cuando se conoció el inminente arribo de las topadoras que sepultarían
para toda la eternidad cualquier vestigio de la existencia de la Villa del Bajito. Esto produjo dolor y angustia y le sumo desarraigo a la ya desarraigada vida de los moradores de la villa. Por esos días se respiraba un cierto desasosiego en el barrio, una concomitante sensación de vacío, de perdida; pero esto se compensaba con el saber que esta gente iba a tener casas de material a unas quince cuadras de allí en un barrio construido dentro del PEVE que se llamaría Santos Vega y que hoy perdura aunque sin el reluciente brillo de las chapas que los techos de las casitas ostentaban por entonces; el devenir del tiempo transformó al Barrio Santos Vega en la Villa Santos Vega o, simplemente, La Santos Vega en una especie de vergonzosa omisión de la palabra villa, una pretensiosa tacitud que lastima. Igual para los pibes la mudanza traía como consuelo la promesa de futuras aventuras en bicicleta adentrándonos más allá de la avenida San Martín en busca del fraternal encuentro con los amigos trasladados a esos lares.
Fue un viernes por la mañana cuando un pesado ruido de orugas metálicas sacudió al barrio entero, habían llegado las topadoras… Me levanté y le rogué a mi vieja que me dejara faltar a la escuela y ella asintió a regañadientes. Desayuné rapidito y salí a la puerta con la intención de acercarme al lugar de los hechos para ser mudo testigo de una cruel transformación de mi mundo, pero descubrí que casi todos los vecinos se dirigían camino de El Bajito. A medida que bajaba por la entonces Matías Marcos hacia la General Paz veía con asombro que cada vez era mayor el pelotón de los que acudíamos hacia esa extraña cita. Al doblar en la avenida para el lado del sur se veía un entrevero de gente justo ahí donde estaba nuestra canchita. Sobre la calle las topadoras iban empujando todo para el medio de la manzana de El Bajito. Solo unos pocos moradores rezagados a las apuradas recogían sus pertenencias y las colocaban en los camiones que los trasladarían hacia su nuevo hogar; el éxodo había comenzado la tardecita anterior y continuaba de modo casi ininterrumpido. Cuando el último camión estuvo cargado y ya no quedaba nadie ni nada que sacar las topadoras acometieron los ranchitos con toda su lenta furia volteando y aplastando todo mientras nosotros a escasos metros mirábamos atónitos como el paisaje mutaba inexorablemente. Y sentí nuevamente una especie de opresión en el pecho, como una congoja, y digo nuevamente porque fue el mismo exacto sentimiento que tuve cuando me enteré que había muerto mi abuela; una sensación de mierda como algo que se te clava en el pecho después, muchos años después, entendería que se te clava la ausencia, la pérdida y ahí entran a tallar los psicólogos y te facturan semanalmente para que vos superes las cosas o aprendas a vivir con ellas; y la ausencia de mi abuela fue dura. Yo tenía siete años cuando la vieja se fue y lo primero que lamenté es que ya no iba a poder jugar con ella a la diligencia, nuestro juego favorito y que basado en la serie homónima que daban en aquella época por la tele, en soberano blanco y negro, nos transportaba al lejano oeste ameriyanqui; nos sentábamos en el segundo peldaño de la escalera y ella con sus imaginarias riendas conducía el imaginario carruaje por un imaginario paisaje televisivo, mientras yo iba amasijando imaginariamente con mi escopetita de plástico a los imaginarios indios que pretendían quedarse con nuestras imaginarias pertenencias y hasta con nuestras reales vidas, pero la vieja un día se tomo otra diligencia, esa que nos lleva hacia la única certeza de nuestras vidas, la muerte, y me dejó solito sentado en el tercer escalón de la escalera, imaginando que ella todavía lleva las riendas de nuestro carruaje a través de esos valles de película del oeste yanqui... Pero acá estaba yo con esa sensación fulera en el pechito cuando de pronto empezaron a llegar camiones repletos de tierra y escombros para rellenar es gran pozo que iba quedando en donde antes vivía gente. El trabajo de camiones, topadoras y palas mecánicas siguió hasta la tardecita, hasta dejar toda la manzana convertida en un baldío… Y fue Don Antonio, que vivía en la esquina de Dorrego y Saenz Peña el que dijo esto hay que emparejarlo y hacer una canchita para que los pibes jueguen a la pelota y ese fue el destino que tuvo El Bajito por muchos años.
Pasaron los días y algunas lluvias asentaron un poco el terreno, mientras nosotros urdíamos planes para construir el estadio de Los Pibes de La General Paz…
Hubo reuniones de vecinos, hubo discusiones acaloradas en esas reuniones, pero se limaron asperezas y se trabajo duro, incluso se consiguió una aplanadora para nivelar el terreno y Emilio, un muchacho que trabajaba en Vialidad Nacional, consiguió unos arcos de caño que habían sido de la cárcel de Caseros y se los mando a soldar y pintar y cortar al medio para poder desmontarlos y guardarlos para que nadie se los robara. Cada vez que íbamos a jugar a El Bajito se trasladaban los arcos desde la casa de Anselmo y se armaban y cuando se terminaba la jornada se desmontaban y se llevaban otra vez hasta la casa de Anselmo. Hasta se compraron redes con una rifa que se organizó en el barrio. Y en enero del ’68 con la dirección técnica de mi viejo, que se hizo cargo del equipo tras la forzada mudanza del paraguayo Benito, se jugó el primer partido oficial, los Pibes de La General Paz versus el Club Naón, un clásico de barrio muy parejo, que llevaba a cuestas varios años y que estaba a punto de extinguirse por un acuerdo entre ambos equipos.
De los que vivían en la villa se supo poco y nada, solo el paraguayo Benito se daba una vuelta de vez en cuando para ver como andábamos. Y pasaron los años y miles de partidos de futbol, el barrio iba cambiando y nosotros creciendo y tomando otros rumbos, pero el picado de los sábados por la tarde y el de los domingos por la mañana eran sacrosantos. Hiciera frio, hiciera calor, cayeran sapos del cielo o hubiese un sol que partía la tierra, esos picados se jugaban o se jugaban; y ahí se mezclaban grandes, muchachos y chicos. Se armaban los equipos y se jugaban torneos relámpago que terminaban con la puesta del sol.
En esas citas deportivas desfilaron por El Bajito los variopintos personajes del barrio. Algunos venían a correr detrás de la redonda y otros simplemente a mirar, a charlar ahí a un costado de la cancha.
Estaba Cachito, un loquito que vivía sobre la avenida a escasos cincuenta metros y del que se decía que era un tiro al aire, que andaba en la joda, que andaba en la droga, que andaba de arriba las manos, que se yo montones de cosas se decían y que en su mayoría terminaron siendo ciertas tan ciertas como que todos los sábados aparecía puntualmente a las tres de la tarde, pantalón corto, zapatillas y en su cabeza un pañuelo marrón que utilizaba para cubrirse la toca; se hacía la toca para enlaciar su larga melena; la toca era una práctica muy común en los setenta entre mujeres de pelo ondulado y consistía en un enorme rulero que se colocaba en el centro de la cabeza, enroscando el resto del pelo su alrededor, con el fin de aplanarlo. Se dejaba un tiempo para un lado y después se lo enroscaba hacia el otro, sujetándolo con los famosos y dolorosos piquitos. Con un gran pañuelo, se intentaba disimular, el rulero ese que era indisimulable. Y Cachito se hacía la toca, incluso le encomendaba a alguno de los que estaban fuera de la cancha que le avisara cuatro, cuatro y cuarto y se iba hasta la casa para darse vuelta la toca y volver a jugar, eso sí no te cabeceaba ninguna. A veces venía con un amigo, que después resulto ser su socio para el crimen, Rey le decían y era el menor de una familia de cinco hermanos, todos delincuentes pero en el barrio buena gente. Cachito y Rey se hicieron famosos por secuestrar al hijo de un tipo del barrio que tenía mucha guita, la cosa es que fue un secuestro fingido y les salió bien y repartieron el rescate en partes iguales con la víctima, pero después cebados por el éxito secuestraron a otro pibe y ahí les dieron la cana y no se los volvió a ver más por el barrio. Como el viejo de Rey estaba vinculado con muchos punteros peronistas hicieron un embrollo y salieron bajo la ley de amnistía que se firmó entre gallos y medias noches ni bien asumió el Tío Cámpora en el setenta y tres.
También estaba el Loro, un defensor implacable que hizo más fama por sus puteadas insólitas y heréticas, que por su oficio en la recuperación del balón; cuando lo gambeteaban o no podía hacerse con la redonda vociferaba alguna de sus festejadas pequeñas composiciones literarias de las cuales la concha de dios y la virgen puta o la concha de la virgen bigotuda se convirtieron en best sellers, tenía otras varias, pero el poder descriptivo y la contundencia de estas era difícil de superar.
También estaba Paco, el padre de Marcelo, el primer rockero del barrio, también conocido como Boyé, un veterano que por aquel entonces lucia el rango de subcomisario de la federal y un peluquín del que se valía para ocultar el paso de los años; venía a jugar con una boina como el célebre Mario Boyé. Hoy todavía vive en el barrio, en la misma casa de siempre, solo que goza de arresto domiciliario porque está acusado de torturas y crímenes de lesa humanidad cometidos a partir de 1976 y espera su juicio. A todos les sorprendió que este tipo fuera un hijoputa torturador y asesino, a todos menos a mí, porque en el fondo nunca me cayó simpático, no se bien porque, pero yo a los uniformados los miro mal, no me gustan, que se yo…
Solía venir una o dos veces al mes el Batle, el hermano de Emilio Comte que era un vecino ilustre porque era un actor que integraba la troupe de La Familia Falcón, aquella comedia costumbristas que hacia nuestras delicias por televisión, junto a Pedrito Quartucci y Elina Colomer,…una familia como todas, como la de usted, como cualquiera de su barrio, que vive la existencia de todas las familias porteñas. Usted sabrá de los sueños, de las alegrías, de los problemas de cada uno de los miembros de esta familia, que estarán frente a usted conviviendo la vida de todos los días bajo el techo común del cariño familiar... ¡Abrale su corazón a ... La Familia Falcon! Citaba la publicidad de canal 13, cuando todavía no era ese multimedio oligopólico tan nefasto para el país en el que se convirtió con el devenir de los años; buen pibe pero medio creído, por lo del hermano… eso sí tocaba bien la guitarra y se sabía todas las canciones de los Beatles, de ahí su apodo, pero de futbol, ni medio.
Y había muchos más integrantes de la fauna habitual de El Bajito, pero que no tienen, al menos en mi memoria, mucha relevancia.
Pasaron los años y de pronto alguien se enteró que la municipalidad tenía planeado convertir El Bajito en una plaza.
Nosotros ya íbamos muy poco por esos lares, la escuela secundaria había trastocado un poco nuestro modus vivendis y a decir verdad el lugar se había convertido en un basural, los arcos habían quedado amurados al suelo de tierra después que el negro Anselmo se tuvo que rajar al Uruguay porque la yuta lo buscaba por su militancia y participación política a finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Y el desperdigamiento y algunas mudanzas lograron reducir el número de gente que podía hacer fuerza para mantener las cosas como estaban.
Y así fue que el barrio volvió a mutar. Donde se erigió una villa miseria primero, y una canchita después, ahora se iba a construir una plaza que se construyó no más y duro unos años, aunque la gente prefería que no se hubiera hecho porque cruzar la plaza de noche se llegó a convertir en un peligro ya que merodeaban por ahí algunos chorritos sin código y hasta violaron a una piba. Decía la Porota, una vecina dada a hablar en demasía, que al final estaba mejor cuando estaba la villa porque ella pasaba todas las mañanas rumbo al laburo a las seis y nunca le pasó nada y ahora ni de día se puede pasar, ni de día, mireloqueledigo. Y después de un tiempo, en los ochenta, la manzana se loteo y se convirtió en lo que es ahora, algo tan lejano a lo que fue en nuestra infancia y en los primeros años de adolescencia…
Ahora hay viviendas y una parrilla a la que hasta concurrió el innombrable cuando la inauguraron allá por 1993, y no digo su nombre porque no me puedo agarrar el huevo izquierdo y escribir a la vez, pero ya saben que me refiero a ese turco mentiroso y vendepatria que se fumó el país. Quizá pueda yo convencer a algún arqueólogo o algo así, para que haga un relevamiento del lugar, sobre todo para saber qué hay de cierto en eso de los túneles que construyeron los primigenios habitantes de la villa, bajo la dirección de los hermanos Cardozo, aquellos ya olvidados hombres topo jujeños
El Bajito, un lugar donde uno fue creciendo y se hizo grande, donde se agarró a trompadas defendiendo lo suyo, donde conoció la amistad y el compañerismo, donde conoció triunfos y derrotas, donde uno aprendió a ver el mundo desde otro lugar… Ahora cuando paso por ahí aún todavía me parece escuchar los gritos del piberío y la muchachada del barrio, corriendo, incansablemente inmortales, tras una pelota número cinco… y casi tangueramente se me pianta un lagrimón.

martes 11 de enero de 2011


La Piojera
Antiguamente en todo barrio que se preciara de serlo había al menos un cine y La Loma tenía el suyo: El Monumental, Que hasta salía en los diarios, en la cartelera de cines. Sito en la por entonces avenida Provincias Unidas, hoy Brigadier Don Juan Manuel de Rosas, entre Almirante Brown y Las Heras casi casi en la mismísima mitad de cuadra, de la mano impar, o sea, para el que entra del lado de Mataderos, a mano derecha, según se va al cielo diría Serrat. Hoy y desde hace varios años en su lugar existe un autoservicio y de aquel templo cultural…nada. Lucía en el frente, sobre la vereda un cartel enorme rojo y en el que dispuestas las letras blancas en forma vertical decía Cine Monumental, pero que todos conocíamos como La Piojera. Un lugar caro a mis sentimientos ya que allí hice de gaucho payador, con traje alquilado y todo, en un acto de fin de año de la escuela, vi infinidad de películas en infinidad de esas tardes al pedo propias del fin de la infancia, vi las primeras tetas en cinemascope y a todo color que no podían de otra mujer que no fuera la Coca Sarli, infartante diosa del celuloide y acreedora de más de una soberana paja de más de un pendejo, soberanamente calenturiento; y hasta di mi primer beso posta con lengua y todo, a una piba que era compañera de séptimo grado y con la que tuve una breve pero intensa relación.
Al lado, pegada al cine, había una pizzería, de esas con algunas mesitas y una barra larga en la que se paladeaban generosas porciones de pizza al corte. Y no había nada más tentador después de una tarde de cine que el graso aroma de una de muza con faina acompañada de Bidú mezclada con moscato que el tano que atendía accedía a vendernos tras nuestros fastidiosos ruegos, eso sí un solo vaso que repartíamos equitativamente entre todos. En ese antro gastronómico, refugio de borrachines, fue que Carlitos dejo de ser Carlitos y pasó a ser Fugacita, después de ganarnos una apuesta en la que se comió él solito veintisiete porciones de fugaza, generosamente regadas de Bidú Cola, y se ganó un empacho de aquellos, que le costó arduas horas de labor a doña Clara, la curandera del barrio, que tuvo que echar mano a todos sus sacrosantos sortilegios para curar a Fugacita, a quien desde ese día le agarraba dolor de panza cuando veía una cebolla.
La Piojera tenía una religiosa rutina, los lunes cine francés, casi siempre en amable blanco y negro, los martes daban todas prohibidas con alguna de la Sarli y nosotros éramos asiduos concurrentes, nos dejaban pasar porque eran películas en las que se veía un teta de costadito o algún culo de pasada y a las corridas y a lo sumo algún coito que se sugería o se insinuaba, los miércoles acción y aventuras, alguna de piratas más alguna de capa y espada y algún western spaghetti, cuando daban una de Ringo tocábamos el cielo con las manos, jueves, viernes, sábado y domingo estrenos, aunque lo que se dice estrenos no eran, porque llegaban con más de un mes de atraso. Después del fulbito el cine era nuestro pasatiempo favorito, aunque había que hacer mandados por todo el barrio y cagarle los vueltos a la vieja para juntar las chirolas para la entrada y la porción de pizza a la salida, porque verse tres películas en una tarde no servía de nada si no se coronaba con la de muza con faina a la salida.
Casi siempre éramos los mismos, el flaco Norberto, Batata, Fugacita y yo, a veces venía el Torcido o el Colo Ricardo o Milín o el negro Morcilla o algún otro pero siempre estábamos los mismos cuatro.
Recuerdo que un lunes, día de cine francés dieron Rififi, una película de 1955, dirigida por Jules Dassin que no era francés, era yanqui y se tuvo que exiliar en Europa, víctima del Macartismo y que filmó además Nunca en Domingo y Las 10:30 de una Noche de Verano, con Melina Mercouri, Noche en la Ciudad, Mercado de Ladrones, La Ciudad Desnuda, El Que Debe Morir, entre otras; pero Rififi…
Que película!!!... Cuenta la historia de Tony Le Stephanois que sale de la cárcel después de cinco años de reclusión y encuentra a su novia con un conocido gangster. Así de golpe, una vez en liberad, la vida que había planeado llevar se desvanece. Encontrándose sin un mango, no le queda otra opción que la de reemprender su antigua vida de criminal junto con sus viejos compinches. Pero ya no son jóvenes alocados, sino hombres con experiencia dispuestos a dar un golpe grande. El objetivo es una joyería en el centro de París, en principio inaccesible. Durante semanas preparan un plan estudiado hasta el último detalle para que nada pueda fallar. La parte del robo es sencillamente genial, son casi veinte minutos sin diálogos, sin música, lo que te provoca una concentración que consigue ponerte los pelos de punta con el clima de suspenso que genera, lo de la venganza hacia la mina y todo eso poco importa después de esa magistral secuencia. Fue una película que nos marcó tanto que nos inspiró para planear el robo del Almacén del Gallego Don Aurio en el cual nos alzamos con una mortadela empezada, un fiambrín por la mitad, un jamón crudo enterito y dos botellas de moscato y una de Hesperidina, que fue todo lo que pudimos cargar entre los cuatro en ese jueves por la tarde, a la hora de la siesta, cuando nos metimos por la terraza del almacén, saltando por el fondo de la casa de Fugacita; fue el botín de nuestro primer y único robo y del que nos ocupamos en consumir en la piecita de la terraza de Batata que era un reducto en el que nos juntábamos a boludear; fue un delito por el que nunca fuimos sospechados y como no le tocamos la guita al gallego, prácticamente quedó en la nada, porque el tipo solo se dio cuenta de la mortadela y el fiambrín porque los tenía empezados y hasta creyó que se lo habían afanado en un descuido, mientras atendía, los muchachos de la fábrica de margarina La Marfina.
La película Rififi la vi como cinco veces más y la última hace poquito, cuando logré conseguirla por internet y me hice una copia y todavía sigo gozando a full de esos casi veinte minutos de la secuencia del robo. Después y aprovechando el éxito de la versión original hubo un par de versiones más, incluso una española en la que trabaja Fernando Fernán Gómez que acá se llamó Rifif en la Ciudad, pero nada que ver con versión posta la del perseguido Jules Dassin.
Otra que nos vimos en La Piojera fue La Fiaca, que la daban junto con La Guita, dos peliculazas argentinas, con la actuación Norman Briski, genial el tipo, sobre todo en la primera de las historias de La Guita, el chabón que busca el billete de mil pesos en una obra en construcción… impagable.
Otra que vi en ese cine fue Ben Hur, dos veces y media, porque la ultima, la de la media, fuimos con el colegio y la Señorita Mariana que era la maestra del séptimo de varones, porque como era un colegio de curas, Nuestra Señora de Fátima, en séptimo dividían a los varones de las mujeres, decía que la seño tuvo la brillante idea de que nos sentáramos alternados, un chico y una chica y a mí me toco al lado de Cecilia, una piba muy linda con la que en sexto fuimos, durante un tiempo, compañeros de banco. Era una chica muy simpática y dulce pero cargaba con la cruz de vivir a la sombra de su sempiterna amiga Adriana, que era la piba más codiciada del colegio. Nos sentamos juntos en el cine y me sonrió y comento otra vez uno al lado del otro ¿no? Y yo la miré como queriendo saber para dónde iba y le contesté cosas del destino… Apagaron las luces y comenzó la película, un clásico si los hay; sabrán ustedes que es un film que data de mil novecientos cincuenta y nueve y que fue la primera cinta en arrasar con los oscares, once estatuillas ganó, once, impresionante, solo igualada muchos años después por Titanic y El Señor de los Anillos; igual a veces esto de los premios de la academia puede no significar mucho. Yo esta ya me la había visto un par de veces y cada vez me convencía más de que Charlton Heston era el mismísimo Ben Hur. Y fue en la secuencia de la carrera de cuadrigas, cuando Messala cae y es arrollado por el carruaje que ella, Cecilia se impresionó, me tomó el brazo con fuerza y oculto su rostro sobre mi pecho, a la vez que emitía un leve Ay! Yo con el corazón alborotado por el despelote hormonal que ese contacto produjo en mí, la observé y vi cuando lentamente levantaba su rostro para mirarme casi con culpa y dejar su boca a escasos centímetros de la mía y como ella no se movía y simplemente me observaba, tomé coraje y estrellé mis labios contra los suyos, que se ofrecían tiernos, provocadores, sinceros y ella recibió el beso que yo le daba como quién recibe algo por lo que ha estado esperando por mucho tiempo, y yo la besé como poseído, le ofrecí mis labios como quien ofrenda su vida en sacrificio, casi religiosamente y al entreabrir su boca, yo avancé buscando con mi legua la lengua suya y ambas se encontraron, y se enredaron, y se fundieron entre sí , y en realidad no sé cuanto duró el beso, como tampoco sé quién apartó su boca primero, quien puso fin a ese momento de gloria suprema; por un breve instante nos miramos a los ojos y en la penumbra de la sala yo alcancé a divisar una chispa en los suyos y estoy seguro que ella advirtió llamas en los míos y así sin más y casi armoniosamente al unísono volteamos nuestra vista hacia la pantalla en donde transcurría la épica epopeya de Ben Hur y sus amigos, y sus enemigos; por unos minutos me quedé abstraído de todo lo que me rodeaba, de eso se trataba besar, aunque ya había besado a chicas antes, nunca fue así, de este modo, con esta intensidad y todavía sumergido en mi perplejidad solo atiné a pasar mi brazo izquierdo sobre la butaca y depositar mi mano suavemente sobre su hombro, como quien no quiere que se rompa la magia del momento, y para mi total asombro Cecilia no solo recibió el contacto que mi torpe mano le proponía si no que fue más allá y entrelazó los dedos de su mano derecha con los míos y para que no quedaran dudas sobre su sentir, fue aún más allá y reposó su cabeza sobre mi hombro y así nos quedamos mientras Judá sufría los embates del destino; yo le perdí el hilo a la película y estaba flotando en el aire cuando se encendieron las luces y casi abruptamente Cecilia y yo rompimos ese cálido contacto físico que mantuvimos en la cómplice oscuridad de La Piojera. Nos dispusimos a salir del cine y ella y yo nos separamos en busca cada quien de sus amigos, tal vez empujados por la torpe timidez de dos casi adolescentes de doce años, en medio de un cine de barrio repleto de otros muchos casi adolescentes de doce años que desparramaban sus revoluciones hormonales a boca de jarro, vociferando comentarios sobre alguna escena de la película que acababan de ver. Mientras íbamos rumbo al hall del cine, en donde recibiríamos, de parte de nuestras maestras, las consabidas consignas para el trabajo práctico que íbamos a tener que hacer sobre lo que habíamos entendido con toda nuestra buena voluntad, pude ver cuando se juntaba con Adriana y sospeché le decía lo que había sucedido, y cuando Adriana se dio vuelta como buscando algo y se topó con mi mirada y sonrió levemente, confirme mis sospechas. Y yo a quien le iba a contar, sabía que lo primero que me iban a preguntar era si le había tocado las tetas y de responder que no me iban a tildar de pelotudo, de pajero, de mariquita, de cagón; y si decía que sí que le había acariciado las tetas, no solo faltaría a la verdad, sino que ofendería la memoria de ese momento, que todavía atesoro; así que me dije vos chito la boca; tal vez por pudor o tal vez por lo que le había escuchado una vez decir al negro Anselmo a otro muchacho del barrio en la esquina del kiosco de la madre del flaco Norberto, lo que vos haces está mal Ricardo, decía el negro, si te cogiste a la piba no tenés que andar haciendo roncha en el barrio con eso, eso no es de hombre, eso es de pelotudo que nunca coge, eso es no tener códigos viejo, si te la cogiste mejor para vos, y te callas y no andás dando pelos y señales de la piba, para qué, para que todos piensen a mirá…ahí va el pijudo que se las garcha a todas… no loco, estás e-qui-vo-ca-do, enfatizaba el negro mientras Ricardo agachaba la cabeza y solo asentía; sabes lo que haría yo si soy la piba y me entero, sabes lo que haría ¿eh?, le empiezo a decir a todos que es mentira porque la tenés chiquita como un bebe y encima no se te para, boluuuudo, eso haría, y te lo digo ahora delante de los pibes, si te escucho alguna vez boquear con que te cogiste a fulana o a mengana, te parto la boca…tarado y ustedes, nos dijo casi continuando el sermón, escuchen y aprendan, en la vida hay códigos que son sagrados, tan sagrados como la vieja de uno, y de dio media vuelta y se fue como para el lado de su casa, fastidiado y moviendo la cabeza de un lado a otro, como quien va hablando consigo mismo pero en voz alta, Ricardo también se alejo pero en dirección de El Bajito, como avergonzado, en la esquina quedamos Fugacita, el flaco Norberto y yo, nos miramos en silencio hasta que Fugacita dejo estallar las carcajadas que venía conteniendo y vociferó ¡¡¡lo recontra cagó a pedos el guaso!!! Y el flaco y yo también nos reímos como asintiendo... Iba yo por el pasillo del cine abstraído en mis recuerdos cuando alguien me agarró del brazo, era el gordo Baesa y me dijo al oído, se te hizo, loco, se te hizo… y yo me hice terriblemente el boludo y le dije como con fastidio se me hizo qué? ¿De qué carajo estás hablando? Daleeeee, conmigo no te hagas el gil, si yo lo vi todo, todo lo vi, hasta me di cuenta que Cecilia hizo todo lo que pudo para quedar al lado tuyo, salame. ¿No fui yo el que el año pasado te dijo que esa piba estaba con vos? ¿Te lo dije o no te lo dije? Dale contestame… Siii, vos me lo dijiste gordo, y yo no te di bola. ¿Ves? Dame bola cuando te digo las cosas, yo sé mucho de estas cosas ¿o te olvidás que tengo dos hermanas más grandes? En mi casa está siempre lleno de pibas, que hablan y hablan y que se cuentan cosas, y yo escucho, observo y aprendo. Y ¿Qué vas a hacer ahora? Me imagino que la vas a invitar a salir, a dar una vuelta, no sé… total el peor laburo no lo vas a tener que hacer, vos sí que sos un capo, y con esa carita de boludito santurrón… le comiste la boca y se acabó y no dijo ni mu, es más le gustó, era lo que quería y se lo diste chabón! Y me sorprendió el gordo, me sorprendió con su pura atorrantez y su consumada discreción al hablarme casi como susurrando, como te habla un hermano mayor, me sorprendió su franqueza y su poder de observación; de la persona que yo menos me esperaba tanta sensatez y tanta discreción era del gordo Baesa… y tenía razón ya me había pasado por alto lo peor que era tener que declarármele, y sonreí y el gordo se escurrió de lo que pasaba por mi cabeza y me palmeó la espalda justo cuando llegábamos, últimos de todos al hall del cine donde las maestras estaban diciendo que el lunes, es decir que teníamos mañana viernes y todo el fin de semana, porque hoy es jueves que no se si antes lo dije pero hoy es jueves, es más, es el jueves 30 de abril de 1970, y asistimos a una función especial que organizó el cura Manolo con el cine, en el marco de los festejos de la Virgen de Fátima, que iban a ser dentro de trece días exactamente... y el trabajo que entregarán, continuaba diciendo la seño, en dónde explicarán con sus palabras todo lo que han entendido de la película debe ser en forma de redacción y como mínimo tiene que tener tres carillas, ¿escucharon? Tres carillas…
Y salimos en malón a la vereda del cine. El gordo Baesa se me acercó y me dijo ¿vas para la fábrica de tu viejo? Si, contesté, porque mi viejo por aquel entonces tenía, junto a dos socios, una pequeña fábrica de muebles que estaba en la Avenida San Martin, a media cuadra de Iparraguirre, justo atrás de la tapicería del cuñado de mi viejo, es decir el marido de la hermana de mi viejo, es decir de mi tía, es decir mi tío... El gordo me apuró y me dijo bueno caminá más rápido así alcanzamos a las pibas, que ya nos llevan media cuadra… Las pibas a las que se refería el gordo eran Cecilia, Adriana, y las mellizas Espencek, es decir Margarita y Eva; y las alcanzamos y el gordo vociferó ¿y si nos juntamos para hacer el trabajo? Total yo tengo el de mis hermanas, todos los años es igual, y nos copiamos de ahí y cualquier duda nos la sacamos con este, dijo señalándome, que ya la vió ¿Cuántas veces? Dos dije como avergonzado, ¿con esta dos veces? preguntó pícaramente Adriana. No, con esta tres dije. Dos y media querrás decir entonces…replicó, con lo cual tanto Cecilia como yo nos pusimos morados, y Cecilia le metió un pellizco en el brazo que la hizo chillar a Adriana, mientras le decía A vos, a vos, no se te puede contar nada nena!!! ¿Contar qué? Preguntó el gordo turro ¿de qué me perdí? A lo que Cecilia le respondió Nada te perdiste, nada gordo, ¿vos no vivís para el otro lado? Lo increpó dándose vuelta para mirarlo, a la vez que me miraba a mí y me sonreía como diciéndome que sí, que pasó algo…y que a ella le gustó tanto como a mí…
Si, contesto Baeza, pero voy con este hasta la fábrica del viejo que seguro que nos compra unas facturas y merendamos y vamos a romperle las bolas a Mingo a la casa; Mingo era un compañero nuestro que vivía a la vuelta de la fábrica de mi viejo y con el que yo pasaba algunas tardes cuando iba a lo de mis tíos o la carpintería de mi viejo, que no era solo de mi viejo, porque mi viejo era lustrador de muebles y no carpintero.
Y arreglamos para juntarnos en la casa de Adriana el viernes a eso de las tres. Y con el gordo nos fuimos a lo de mi viejo y nos comimos unas medialunas y tomamos mate cocido y le fuimos a romper las bolas al tano Mingo a la casa.
Lo mío con Cecilia siguió hasta las vacaciones de invierno y ahí se cortó, pero no porque nosotros decidimos cortar, no, no, no, de ninguna manera... Resulta que el viejo de Cecilia trabajaba en el Banco Nación y lo trasladaban a Necochea, sí o sí. Y era eso o perdía el laburo… así que hacia el sur marchó aquel primer amor. Igual parecía ser que solo podíamos expresar lo que sentíamos el uno por el otro en un cine y a oscuras. Los besos que nos dábamos a escondidas en el colegio o cuando salíamos a caminar tomados de tímidamente de la mano, no eran los mismos que los que nos dábamos en el cine, en medio de una película, esos eran otra cosa, eran, curiosamente, de película… y por eso íbamos seguido al cine. Eso sí, nunca un martes…
Recuerdo que una vez daban una de Drácula, más precisamente Drácula el Príncipe de las Tinieblas, con Christopher Lee, y me dijo de ir y yo le dije que no, que se iba a asustar, y ella me respondió ¿y qué más querés, no viste lo que pasa cuando me asusto o me impresiono? Y yo sonreí e insistí que se iba a asustar y mucho porque yo ya la había visto y ella se iba a asustar de verdad y desgano asintió y decidimos no ir a ver Drácula el Príncipe de las Tinieblas. En realidad el que se iba a asustar era yo, y no quería mostrarme débil y temeroso ante ella; y digo que yo me iba a asustar porque el año anterior fuimos a verla con el flaco Norberto y Batata y Fugacita, y no la pudimos terminar de ver del cagazo que nos agarramos. Me acuerdo bien que era un domingo de invierno, y en esa época un domingo de invierno significaba frío y soledad, porque a las cinco de la tarde ya casi era de noche y no había ni un alma en la calle, y la película empezó a las cuatro y media clavadas. Y en el cine no había mucha gente, y encima estábamos por delante de todo, donde los actores se veían enormes y las voces y los ruidos de la peli se escuchaban más fuerte. Recuerdo que en muchas partes directamente me tapé los ojos y recuerdo también a Fugacita rogando, implorando a dios, a la virgen, a san Roque y a todo el que se le cruzará por la mente, que la película terminé ya, vámonos a la mierda decía Fugacita, vámonos, boludos, vámonos porque me cago acá!!! Y nosotros también estábamos asustados, asustados pero decididos a aguantar hasta las últimas consecuencias; Batata estaba blanco como un papel blanco, el flaco miraba para abajo y se tapaba con carpa los oídos y yo los miraba a ellos para no mirar la pantalla, cuando de pronto y justo cuando le están por clavar la estaca de madera al vampiro en el medio del pecho, un olor a mierda im-pre-sio-nan-te se empezó a adueñar del ambiente, como si se hubiera cagado un manada de mamuts indigestados, nos miramos entre nosotros y se escucho la vocecita de Fugacita que decía les dije forros, yo les dije que me cagaba acá y no me dieron pelota, nunca me dan pelota, yo les dije que me cagaba y me cagué no más!!! Y mientras nos tapábamos la nariz para alejar esa fétida fragancia que se había extendido hacia las filas de atrás, nos levantamos de golpe y salimos rajando para afuera, mientras un tipo le decía a Fugacita, ¿qué te comiste pibe? La pata de Gardel y la del abuelo de Gardel… asqueroso hijo de puta, como te vas a cagar así delante de la gente, y escupía casi frenéticamente para el pasillo como no queriéndose tragar ese olor nauseabundo, y se lo decía a Fugacita, porque viéndolo correr hasta un ciego se daba cuenta que el que se había recontracagado era él, si corría apretando las cachas como para que la mierda que llevaba colgando del culo no se expandiera fronteras afuera de sus calzones. Llegamos al hall y nos frenamos de golpe ante la extrañada mirada del acomodador, que en los intervalos hacía de chocolatinero y que nos conocía bien, porque nosotros íbamos siempre y un martes nos había rajado del cine cuando lo sorprendió a Batata con las manos en la masa, aunque más que en la masa las tenía en la pija, porque se estaba haciendo un terrible paja en medio de una película de la Coca Sarli, y nos rajo a todos, que ese día éramos seis, porque aparte de nosotros cuatro estaban Milín y el Torcido; hasta nos prohibió entrar por dos martes para que aprendiéramos. Y a ustedes que les pasa ahora? Qué cagada se mandaron ahora, y ni bien terminó la frase pudo comprobar que se trataba literalmente de una cagada, una flor de cagada…porque hizo su arribo al hall Fugacita que venía retrasado por esos menesteres, y llego gentilmente acompañado por una baranda tremenda que parecía crecer con el pasar de los minutos, y el tipo lo vio y lo olio y soltó un ¡Puaj! Mocoso asqueroso, te cagaste encima, te cagaste hasta la nuca, pelotuuudo! Y Fugacita asentía con la cabeza a la vez que corría hacia el baño en busca de alguna solución a sus pesares, mientras que, cruzándose por delante, el acomodador-chocolatinero quería atajarlo para que no entre al baño, me vas a ensuciar todo con mierda nene! Le juro que no, decía casi llorando Fugacita, le juro que limpio todo el cine si quiere… mientras lograba franquear la barrera humana que se interponía entre la puerta del baño y él, y no fue que el tipo se apiadó y lo dejó pasar, era que la baranda era inenarrablemente insoportable, y atrás de Fugacita colamos nosotros en el baño, mientras el tipo gritaba que si llego a encontrar sucio de mierda se los hago limpiar con la lengua, con la lengua se los hago limpiar. La cosa es que Fugacita se saco los pantalones y los calzoncillos y con la ayuda de algunas hojas de un diario que había ahí y agua, se limpio lo mejor que pudo y salimos rumbo a casa, mientras el acomodador-chocolatinero-limpiabaños se fijaba como le había quedado el viorsi y nos recomendaba no aparecer por el cine por un tiempo prudencial y nosotros entendimos que dos semanas se podía interpretar como más que prudencial y por dos semanas no fuimos a La Piojera.
La cosa fue cuando salimos… a la calle fría y oscura, sin un alma deambulando, casi parecía tierra de vampiros…
En un acto de temerario arrojo decidimos cruza la avenida y esperar el diez, que venía de San Justo e iba para Liniers y tenía la parada en Las Heras. Esperamos un rato, no podría decir cuánto tiempo, porque entre el frio, la desolación de la avenida, el miedo que arrastrábamos y el olor que Fugacita tenía encima, uno perdía la noción del tiempo con una facilidad extrema… así que, en heroico gesto, decidimos volver caminando hasta casa, caminado es un decir porque corrimos como locos del cagazo que teníamos. Decidimos ir por la avenida hasta Colón, cruzar y agarrar por Colón hasta Matías Marcos, que estaba toda asfaltada, y por esa hasta llegar a casa. Yo llegaba primero porque vivía en Saenz Peña casi esquina Matías Marcos, después le tocaba a Fugacita, que vivía sobre Luis maría Campos a media cuadra de Matías Marcos, después seguía Batata que vivía sobre Matías Marcos, media cuadra antes de llegar a la General Paz y por último, el flaco Norberto, que vivía justo en la esquina de la General Paz. El trayecto fue inquietante, porque no había nadie por la calle, ni gente, ni coches, ni perros, solo nosotros corriendo en andas de nuestros infantiles temores a la oscuridad, la oscuridad misma, porque en esa época el alumbrado público era casi inexistente, solo en algunas cuadras en las que los vecinos se ponían de acuerdo y al romana juntaban unos pesos y ponían dos, o a lo sumo tres, focos distribuidos en forma equidistante e iluminaban las frías noches de invierno y las cálidas noches de verano, también las no tan frías de otoño y las no tan cálidas de primavera… y así veníamos todos corriendo por el medio de la calle, todos menos Batata que venía pegado a las paredes hasta que antes de llegar a Paso un perrito, chico pero chúcaro, le ladró con toda su alma, si es que los perros tienen alma, y Bata pegó un respingo que cayó de culo en la vereda, casi se muere de un infarto, pero se levantó ágilmente y opto por correr con nosotros por el medio de la calle. Así llegamos cada uno a su tiempo a nuestras casas. Yo saludé a mi vieja que estaba planchando la ropa en el comedor, mientras mi viejo escuchaba en la radio los resultados de los partidos y le cebaba unos dulces a la vieja. Me fui al baño para recuperar la cabeza en agua fría, que era el único tipo de agua que salía por las canillas en esa época, agua caliente, solo en la ducha, que ahora lucía un calefoncito a gas alimentado por una garrafa que estaba en el techito del baño. A mis viejos no les gustaban los calefones eléctricos, te podés eletrocutar, chillaba siempre mi vieja. Después de haberme recobrado salí y mi vieja me llamó y me dijo que me hiciera un sándwich, que en la heladera había queso y mortadela y empezó a interrogarme sobre la película y el porqué había llegado tan temprano, si todavía no eran la seis y media y yo le dije que Fugacita se sentía mal y no lo íbamos a dejar venirse solo así que nos vinimos todos. Ahhh! Exclamó mi vieja y puso fin al breve interrogatorio, con lo cual yo me fui a la cocina pero no me hice ningún sándwich, la verdad tenía como impregnado en la nariz el olor de la cagada que se echó encima Fugacita y me sentía como asqueado, aproveche para afanarle a mi vieja una cabeza de ajo, que coloque bajo la almohada, para que me protegiera de cualquier vampiro que decidiera merodear por mi pieza y me fui a acostar y leer, para ver si se me terminaba de ir el miedo ese que sentía como incrustado en el pecho; los tigres de Mompracen estaba leyendo, que era el segundo de los once libros de la saga Piratas del sudeste asiático, y que escribió Emilio Salgari, y este es el primer libro en que aparece Sandokán, el tigre de la Malasia y yo iba por la parte cuando despierta después de haber perdido el conocimiento por una herida que sufrió en una batalla y se encuentra en casa de lord James Guillonk, enemigo suyo a muerte, y tío y tutor legal de la joven y bellísima lady Mariana Guillonk, que resulta ser la Perla de Labuán. Y me dormí plácidamente navegando por el Pacífico y el Índico, lejos de Transilvania y sus viles vampiros, no sin antes, y como última medida de seguridad, disponer mis zapatos en cruz, justo bajo los pies de la cama.
De La Piojera hay mil historias… pero estas son las que más atesoro en mi corazón, sobre todo el beso con Cecilia, porque de ahí en más mi vida empezó a ser distinta…
Fui a ver muchas película más, inclusive llegué a ver un recital de El Reloj que era una bandotota de heavy rock y que eran como del barrio porque vivían por la placita del Cañón, pero eso es otra historia porque fue a principios del 73 y yo ya empezaba a usar y abusar del alcohol, las drogas y la militancia estudiantil secundaria…

martes 2 de noviembre de 2010


Que Jugador!!!
Recién empezaba 1968, Enero, verano, calor, mucho calor, domingo por la mañana en Lomas del Mirador. La canchita del Club Naón estaba repleta de gente y no era para menos, se jugaba el partido más importante de la historia del barrio; los pibes de la General Paz, es decir nosotros, contra los del Naón, es decir los otros. En realidad era la revancha de un desafío definitorio, el partido de ida que se jugó en nuestra cancha lo ganamos 5 a 1… nuestra cancha… el costado de la Avenida situado entre Cavia y Dorrego, tierra y algo de pasto y frondosos eucaliptus como postes de los arcos.
Estábamos cansados de mentiras y verso sobre quien gano más partidos y les dijimos: partido, revancha y si hace falta, el bueno y el que gana, gana todo y se acabó y nunca más. Aceptaron y acá estábamos, dispuestos a arriesgar la historia en 2 tiempos de veinte minutos cada uno.
Las baldosas de la cancha hervían, no se podía ni pisar de calientes que estaban. La diferencia de gol nos favorecía, la cancha no; nosotros no la íbamos con el cemento, preferíamos la tierra, el polvo, el barro…
Yo , en cancha chica, al banco como siempre desde que mi viejo se hizo cargo de la dirección técnica del equipo, siempre me decía que prefería verme enculado a que los vecinos creyeran que jugaba de titular porque era su hijo, derecho al pedo mi viejo. En su defensa debo decir que yo no era un jugador de aquellos, pero me las rebuscaba, así que al banco de suplentes y chito la boca.
Llegó el referí, Don Antonio, que vivía en Saenz Peña y Dorrego, punto límite de reclutamiento de jugadores para ambos equipos, desde esa esquina hacia Mosconi y hacia la General Paz todo pibe que quisiera sacudirle a la redonda era jugador nuestro, para Provincias Unidas y para San Martín, jugador de ellos.
Empezó el partido, seis contra seis, nosotros estábamos acostumbrados jugar nueve contra nueve.
La gente alentaba, unos poco para nuestro lado y muchos para los otros, eran locales y habían llegado temprano para copar el club, la gente nuestra quedó casi toda afuera. A los tres minutos pegaron un tiro en el palo, pero a los cinco Batata se la clavo arriba y el arquerito de ellos solo atinó a buscarla adentro. Y como era de esperar empezaron a pegar y Don Antonio empezó a hacerse bien el boludo y a no cobrar los fules de ellos, eso sí, a nosotros nos cobraba hasta el mal aliento.
Diez minutos iban cuando el Tucu salió del arco a cortar una pelota, sin ninguna necesidad, y se cayó, se la robaron y a cobrar, 1 a 1, y se agrandaron, sacamos del medio y el Cabezón quiso tirar un caño y la perdió, se la afanaron y adentro, 2 a 1. Mi viejo gritaba como loco, que no se desordenen, que hay que tener la pelota y tocar y tocar, si perdemos perdamos jugando al futbol… ¿Que decía el viejo?… acá se trataba de ganar, nada de perder por poco o empatar, ganar era lo único que valía, el orgullo de andar por el barrio sabiendo que sos el capo no se paga con nada y no admite ninguna especulación.
A los diecisiete se le escapa uno al Flaco Norberto y cuando entra al área lo toca, un poquito abajo y el pibe se tira y penal; discusiones, empujones y nada, penal y 3 a 1 abajo. Mi viejo gritaba que tuvieran la pelota hasta que termine el primer tiempo y en vez de tenerla empezamos a rebolearla a cualquier lado y a meter pata fuerte, total Don Antonio si se caían igual cobraba ful. Y termino el primer tiempo, mi viejo lo sacó a Batata y al Cabezón y puso a Miguelito, que era un morfón pero te vacunaba como una enfermera, y también lo puso a Pascualito que era más morfón todavía pero era un goleador impecable.
Arrancamos el segundo tiempo y yo seguía en el banco, mi viejo me miro y me dijo a vos te pongo faltando 5, y yo me quería matar, pero la agarró Pascualito y gambeteó a uno, gambeteó a dos, le salió el arquero y justo ahí se la cuchareo y a gritar y saltar, 3 a 2. Se empezaron a poner nerviosos los otros y nos empezamos a poner ansiosos nosotros. Y empezaron a pegar, sobre todo a Pascualito. Y nosotros no nos quedábamos atrás, eso sí, sin discriminar, por eso de ser más democráticos debiera ser, le sacudíamos a todos por igual. Don Antonio seguía inclinando la cancha para el lado de los otros y nosotros a putearlo un poquito, menos Anselmo, que vivía al lado de casa y era un muchacho de 22 años por ese entonces y muy pero muy peronista, tan peronista como que nació el mismísimo 17 de Octubre de 1945, que lo puteaba de arriba abajo, hasta viejo gorila le llegó a gritar y le dijo que le iba a pelar los limoneros de la casa si seguía bombeando. El partido se puso chivo y empezaron los empujones, los insultos y en medio del quilombo Miguelito robó una pelota y le sacudió de ahí nomás y el arquerito en vez de dejarla pasar la quiso sacar el muy salame y se le metió adentro, y cualquiera y cuando digo, digo cualquiera cualquiera e incluyo a mi vieja, sabe que en cancha chica de afuera del area no vale salvo que sea de cabeza; y vamos los pibes todavía, 3 a 3 a los doce del segundo tiempo, y ahí mi viejo me llamó y me dijo entrá y meté, sacudila afuera de la cancha y pega todo lo que puedas, y lo sacó a Norberto, y entré y en la primera revoleé a uno por el aire, pero en la mitad de la cancha, lejos del área, donde no jode tanto; Don Antonio me miró y me dijo calmate pibe, calmate. Iban quince y lateral para nosotros y lo miré al Panza y le hice señas y fui a buscar el cabezazo afuera del área, yo cabeceaba fuerte y eso era un arma terrible en estas canchitas. Y vino la globa redondita y fofa, como todas las pelotas de cancha chica, y me cayó justita, ni tuve que saltar y la agarre con el parietal izquierdo, y allá fue, hermosa y redonda pegadita al palo izquierdo del arquero, golazo, golazo y 4 a 3 arriba. Pero la alegría duró poco porque sacaron y patearon al arco y el Panza estaba en el área y le pego en la mano, casual, mano casual viejo, pero el referí cobró penal para ellos, otro más; pateó el Chino que le pegaba como una mula y el Tucu se tiró bien pero le rebotó para adelante y el Chino lo fusiló 4 a 4 y se venían a la carga Barraca, y nosotros a revolearla y revolearla, así hasta que a los diecinueve Pascualito se gambeteo hasta a la abuela y cuando le salió el arquero lo tocó un poco y Don Antonio cobró ful para ellos, un desastre el viejo, bombeo todo el partido a lo loco, ni una para nosotros cobró, ni una; y cuando el arquero se preparaba para patear mi viejo me grito, encimalo no lo dejes patear y yo fui volando y cuando el arquero le estaba por pegar salté y di vuelta la cara y sentí que la cabeza se me volaba, todas, mis hasta entonces, escasas vivencias se agolparon en mis sienes, y caí redondo al piso, aturdido por el golpe, y mientras iba cayendo como en cámara lenta sentí que gritaban gol y el árbitro decretaba con su soberano pitazo 5 a 4 arriba nosotros y ellos empezaron a rodearlo a Don Antonio y se armó un tole tole de aquellos y el viejo dio por terminado el partido y fin de la historia. Bueno, fin, lo que se dice fin no, porque al réferi hubo que sacarlo de un remolino que se armó y fue Anselmo con su eterno adlátere, el Chueco, quien lo rescató de la turba enfurecida que presentía el fin de su historia; nosotros agarramos los bártulos y a salir rápido, para festejar iba a haber tiempo, toda una vida de tiempo, se iban a tener que mudar de barrio los otros para que no los cargáramos más.
Y así fue que después de ese día nunca más se jugó un partido entre los pibes del la General Paz, nosotros, y el Club Naón, los otros. Y se puso punto final a una rivalidad de años en dos partidos a cara o cruz, a suerte y verdad, a todo o nada, con la grandeza de los grandes, de los que se juegan toda su historia en una parada. Así fue que impusimos nuestro futbol de potrero y polvo al fulbito de baldosas entre cuatro paredes y arcos pintados de blanco y rojo.
Lo mío es otra historia. Lucí altivo por una semana el moretón violeta que me quedó en la mejilla después de tremendo pelotazo; me paseaba por el barrio con la cabeza alta y el magullón iluminando las veredas. Hice historia ese día, dos goles que sellaron definitivamente la supremacía de los pibes de la General Paz, los guardianes de la frontera este del barrio, el más grande equipo que tuvo la Loma. Desde ese día fui titular indiscutido en todos los partidos y hasta capitán del equipo me eligieron.
Ah, me olvidaba, el negro Anselmo cumplió con la amenaza de pelarle los limoneros a Don Antonio; se los robó toditos, ni uno le dejo. Y ese verano convidaba con tereré a todo el que pasaba por la puerta de su casa, está hecho con los limones de Don Antonio repetía por lo bajo, como si eso le agregara sabor y frescura a esa especie de mate frio. Y cada vez que me veía me gritaba Que Jugador Danielito!!! Que Jugador!!!

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